Digamos que desde diversos rincones del país ya se ha dicho todo, ya se ha analizado todo sobre la nueva etapa que se inicia a partir del consejo de ministros transmitido durante seis horas, y visto por millones de colombianos asombrados.
Estos presenciaron cómo el presidente Petro, en un estado de delirio, abortaba una conspiración que se gestaba ante sus propios ojos y que lo habría dejado en un estado de fragilidad que atentaba con su infinita arrogancia.
Su último recurso fue lanzarse a una especie de ejercicio de “liquidación”, similar a las grandes purgas políticas del comunismo soviético, donde Stalin eliminó a 3.000 opositores, y Mao, posteriormente, inventó la “banda de los cuatro”, llevando a cabo una purga histórica dentro del Partido Comunista y cuyo modelo tomado del régimen del terror de Robespierre, ha sido replicado en Cuba, Nicaragua y recientemente en Venezuela.
Ese consejo de ministros marcó un antes y un después en la historia del Petrismo, poniendo punto final a la esperanza de consolidar el ya melancólico “proyecto del cambio” y dándole curso a la derrota de la izquierda, fungiendo el presidente como su gran sepulturero.
Han pasado ocho días y no dejan de surgir análisis y conjeturas sobre lo sucedido, pero lo cierto es que el problema no reside en los colaboradores purgados, sino en el estilo autocrático del presidente, ilustrado por los delirios que, según varios conocidos, se asemejan al comportamiento de un adicto que experimenta episodios de consumo, fondos profundos, síndrome de abstinencia y un insondable sentimiento de culpa, lo cual fue evidente durante el consejo de ministros y en los trinos donde Petro, con la mirada desorbitada, confesaba sus pecados y ausencias, culpando a sus codependientes por el fracaso de su programa de gobierno.
Algunos ortodoxos del psicoanálisis me aseguraron sin temor, que el gobierno del “cambio” no es otra cosa que la redición de una historia clínica clásica, similar a las que Freud analizó en sus estudios sobre la histeria, inspirados en el trabajo de Charcot.
La desbandada de los exministros y altos funcionarios se está convirtiendo en un desfile mortuorio, que marca no solo el destino de los que acompañaron a Petro en su primer gabinete, sino de los más de 43 ministros que se han sucedido uno tras otro.
Ninguno de ellos pueda decirle al país que se equivocaron de buena fe; más bien, la verdadera razón, es que aprovecharon la oportunidad para dar rienda suelta a sus ambiciones personales, sacrificando el interés superior de la nación y los ideales de la democracia liberal.
En este momento, toma fuerza la tesis, de que la estrategia del petrismo consiste en crear un caos que se evidencia entre otras cosas, en el fracaso de la Paz Total, reflejado en el control de los ejércitos del narcotráfico sobre el 60% de los municipios del país.
Si esta situación sigue empeorando, es posible que en 2026 ocurran más tragedias como la del Catatumbo, y, como he advertido en varias ocasiones, Petro podría declarar la conmoción interior y suspender las elecciones, ya sea en parte del país o, incluso, en su totalidad.
En resumen, la desbandada de los exministros y altos funcionarios no será el renacer del petrismo, sino que, como toda desbandada, marcará el inicio de su muerte y su sepultura.
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