Ni los estudiantes, ni los maestros, ni los padres de familia, nadie imaginó que una pandemia desde marzo volvería atípico el año escolar recién iniciado y que difíciles retos impondría a todos.
El colegio despachó la comunidad educativa, todos pensaron que sería por poco tiempo, pero pasaron los días, las semanas, los meses y sus puertas continuaron cerradas hasta el final. Ahora no habrá clausura solemne presencial con palabras de despedida, con condecoraciones, abrazos y fotografiando la felicidad juvenil por alcanzar otro peldaño del éxito. Podríamos hacer una parodia con la letra triste de la canción “Las acacias”: “Se diría que sus puertas se cerraron para siempre”.
Los estudiantes asumieron el reto del confinamiento en sus casas e inmovilizados muchas horas frente a una pantalla cumplieron con sus deberes escolares. Los padres lo asumieron perdiendo la intimidad de sus hogares para que sus hijos recibieran clases virtuales y como tutores coadyuvaron con las explicaciones.
Los maestros también perdieron la intimidad familiar, no importó que fueran inmigrantes digitales, sacrificaron horas de sueño, incursionaron en los laberintos virtuales, se comunicaron con los niños como lo hacen los visitantes cuando por cabina hablan con los prisioneros.
Terminadas las labores escolares por vez primera todos cargarán la incertidumbre de cómo iniciar el siguiente año lectivo, hoy más que nunca se necesita “la mano de Dios” para que meta un gol y derrote ese peor enemigo que a su merced somete a la humanidad. Todos son héroes: estudiantes, padres de familia y maestros. Cuando dejaron las aulas nadie dijo adiós, sino hasta luego.
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