Cuando el Dane sale cada mes o cada dos meses a decirnos a los colombianos que el desempleo continúa en un dígito, muchos nos quedamos absortos, por no decir atónitos, porque lo que se siente, resiente, se percibe y se oye, es otra cosa.
Lo que uno ve es el aumento impredecible de la informalidad, que es una especie de subempleo al que muchos colombianos están acudiendo porque la desindustrialización nacional es un hecho, gracias a la revaluación, a la inmensa importación de productos y a la \”bendita\” enfermedad holandesa, causada por el desbordamiento de la inversión en la minería, renglón económico que produce pocos empleos.
Con la reforma tributaria que se está negociando entre el gobierno nacional y la clase política del Congreso de la República, una aplanadora dispuesta a intercambiar favores, a las grandes empresas se les piensa rebajar tributos por unos 5,8 billones de pesos con el cuento de que brinden más empleo, mientras los salarios, clasificados como renta y no como esfuerzos \”con el sudor de la frente\”, se les va a incrementar impuestos en 4,7 billones, como si a muchos se nos hubiera olvidado que en el gobierno de Álvaro Uribe se inventaron una \”ley de flexibilización laboral\”, con la que le raparon a los trabajadores las horas extras y recargos nocturnos con el \”loable propósito\” de crear empleo, lo cual no se cumplió.
Y piensan gravar las pensiones de diez millones en adelante, exceptuando la de congresistas y magistrados de las altas cortes de la justicia nacional, como premio a su inercia. Mientras tanto, el país seguirá siendo el mismo de siempre, unos arriba y otros abajo.
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