Ana Janeth Ibarra Quiñonez

Las peores decisiones son las indecisiones

Ana Janeth Ibarra Quiñonez

Decidir incomoda. Obliga a asumir riesgos, a renunciar a opciones y, sobre todo, a hacerse responsable de las consecuencias.

Por eso, en organizaciones y entidades públicas, muchas veces no fracasan las decisiones mal tomadas, sino las que nunca se tomaron. Las peores decisiones son, casi siempre, las indecisiones.

La indecisión no es neutral. Postergar, dilatar o esconderse detrás de comités eternos y diagnósticos infinitos también es una forma de decidir: se decide no actuar.

Y mientras tanto, los problemas crecen, las oportunidades se enfrían y la confianza se erosiona.

En lo público, la indecisión cuesta tiempo, recursos y bienestar social. En lo privado, cuesta competitividad, talento y futuro.

Tomar decisiones en el momento oportuno no es un acto impulsivo, es una habilidad que se entrena. Requiere criterio, información suficiente —no perfecta— y la capacidad de leer el contexto.

Las organizaciones que esperan tener todas las respuestas antes de actuar suelen llegar tarde. Las entidades públicas que temen al error por el costo político terminan pagando un costo mayor: la parálisis.

Decidir bien también implica decidir con las personas correctas. No se trata de rodearse de quienes siempre dicen que sí, sino de equipos diversos, con pensamiento crítico y compromiso con el propósito común.

Las decisiones sólidas nacen del diálogo honesto, no del miedo al disenso. Cuando se eligen mal los interlocutores, se toman decisiones frágiles o, peor aún, no se toman.

Los hechos no se improvisan, se construyen. Cada decisión —o indecisión— va creando realidades. Los momentos “adecuados” no siempre aparecen solos; muchas veces se fabrican con liderazgo, claridad y valentía.

Esperar el escenario ideal es una excusa elegante para no asumir responsabilidades. La historia, tanto en empresas como en gobiernos, la escriben quienes se atreven a actuar cuando el contexto aún es incierto.

Identificar el cuándo y el cómo exige sensibilidad y método. Sensibilidad para entender el impacto humano de cada decisión.

Método para evaluar riesgos, escenarios y consecuencias. En la gestión pública, esto se traduce en políticas oportunas, ejecutables y con enfoque ciudadano.

En las organizaciones, en estrategias claras, ágiles y alineadas con su propósito.

Fortalecer la toma de decisiones es, en el fondo, fortalecer el liderazgo. Un liderazgo que entiende que equivocarse es parte del camino, pero no decidir es renunciar a transformarlo.

Porque al final, las decisiones pueden corregirse. La indecisión, en cambio, suele ser irreversible.

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