El deceso de Hugo Chávez, ocurrido presumiblemente el martes anterior, todavía sigue siendo tema central de los medios informativos de nuestro país, dejando casi que de lado el paro de los cafeteros y el de los arroceros, quienes tienen previsto protestar también, posiblemente a partir del 19 del presente mes, con lo que darían al traste con las consabidas vacaciones de quienes aprovechan la Semana Santa para “echarse una canita al aire”.
Presume uno que no habrá circulación normal por las vías del país. Lo cierto es que para los católicos se nos viene, entonces, el tan comentado cónclave, en el que 117 cardenales decidirán el futuro de la Iglesia Católica. Eso es lo que significa hoy la elección de un nuevo Papa, el futuro, con un Papa moderno.
Ya es hora que el Vaticano, rememorando a Cristo Redentor, recuerde que la Iglesia es para los seres humanos y no los hombres para la Iglesia. Alguien comparó a la Iglesia “con un espléndido barco, como el Titanic, donde muchos se acomodan plácida y tranquilamente, a diferencia de los que viajan por otros medios providenciales como chalupas y salvavidas, para efectuar la travesía hacia el fin último de todo ser humano, es decir, con creencias religiosas que, si bien con dificultad y más lentamente, los dirigen también hacia la salvación.”
Tiene razón, igualmente, nuestro ex embajador ante el Vaticano, Guillermo León Escobar, cuando asegura “que debe eliminarse toda esa parafernalia de costosos uniformes rojos, morados y demás, que hablan de distancias con la comunidad, así como aquellos títulos medievales de eminencias, excelencias e ilustrísimos.”
Eso quiso Juan XXIII y Pablo VI. Hoy más que nunca la Iglesia, la del Tercer Milenio, debe alejarse de todo boato y recuperar la credibilidad perdida.
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