Algunas ciudades, entre ellas Cali, están en la mira de las autoridades debido a la “indisciplina” que demuestran algunos ciudadanos frente a las medidas que se han impuesto debido al confinamiento obligatorio. Fiestas, sepelios y hasta orgías han tenido de la seca a la meca a la Policía. Los rumberos han logrado sacar de casillas al mismísimo alcalde Jorge Iván Ospina, que ya no sabe cómo llamar al orden a los guapachosos caleños.
La verdad yo creo que no hay nada que hacer. El confinamiento va en contra de la naturaleza humana. Somos una especie que vive en sociedad, interactuamos, compartimos, celebramos. Mucho más si somos del trópico. La persuasión no funciona cuando la emoción es la que actúa.
La amenaza de una sanción de $900.000 tampoco es efectiva para una persona a la que el confinamiento dejó sin sustento. ¿Van a embargar los ingresos solidarios de $126.000, las devoluciones del IVA de $35.000 o los mercados que entrega la Alcaldía? Entiendo al Alcalde, cualquiera se estresa al pensar en la administración de un gran número de contagiados.
Ningún alcalde se imaginaba que su gestión sería evitar fiestas, aglomeraciones, controlar el uso de tapabocas, tomar temperaturas, arrestar afiebrados sintomáticos que se pasean por zonas comunes o establecer horarios para pasear a los perros. ¿Esa es su “nueva normalidad”? No. Ya basta. Cada ciudadano debe responsabilizarse de su salud.
Los países que ya pasaron por esto nos dan la lección: protección con mascarillas, caretas y distancia social. Para los que no se cuiden, la ciudad ya adecuó su sistema hospitalario y funerario. Las autoridades también deben concentrarse en no dejar que el resto de los sistemas colapsen.
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