El pasado domingo se empezó a clarificar cuál será el próximo presidente de la república, quien será el encargado dirigir el rumbo de las políticas públicas de nuestro país en los próximos 4 años.
Como punto positivo se tiene que destacar que hubo una reducción del abstencionismo, pasando de 46.6% en 2018 al 45.11% en 2022, lo cual es una noticia agridulce, porque no deja de preocupar que sigue siendo muy alto el porcentaje de población que no ejerció su derecho al voto.
Muchas personas son indiferentes ante la política, ya sea porque piensen que todos los políticos son iguales o creen que lo que hagan los políticos no les afecta “al fin al cabo seguirán igual”, puede haber razones de peso como el tema de movilidad, pero en general son distintas excusas que engloban algo muy curioso en los humanos, somos buenos para criticar, pero no para actuar cuando podemos.
Lo cierto es que así no queramos a los políticos, ellos se meten en nuestra vida diaria, y toman decisiones que afectan en menor o mayor medida nuestro futuro, y más aún, un presidente que tiene el poder de tomar decisiones que afectan nuestro bolsillo, nuestra movilidad, el acceso a productos y servicios, y una infinidad de temas, que si fuéramos conscientes tomaríamos con mayor cuidado, y no dejaríamos que otros decidan por nosotros.
Lo ideal en una democracia es que la gente vote de manera responsable y a conciencia, no pensando quién va a ganar como si esto fuera una lotería, ni tampoco vote por indignación, por miedo u odio, como si elegir presidente fuera un tema de sentimientos, pero lastimosamente creo que esto último fue lo que volvió a reinar.
Las personas se conocen por la forma en que toman sus decisiones, y no deja de sorprenderme las razones por las que las personas deciden votar o no votar por un determinado candidato.
Una de las razones que más me sorprende en Colombia, es la indignación. Nunca nos han faltado razones para estar indignados, pues a pesar de haber mejorado en muchos aspectos, todavía es alta la pobreza y la desigualdad, son muchos los problemas estructurales que arrastramos.
En muchas ocasiones en Colombia la indignación ha marcado nuestras decisiones pues facilita el populismo. En los años 90 muchos estaban indignados por la guerra y votaron por un proceso de paz, luego se indignaron por los resultados infructuosos y votaron por más seguridad, luego se indignaron por un acuerdo de paz y votaron por más firmeza, y ahora están indignados por la pobreza y la corrupción, y votaron por dos opciones que plantean un discurso a favor de estos dos temas.
Estas elecciones fueron marcadas por un nivel indignación mucho más alto de lo normal, como lo mostró el estallido social, dado que en un contexto de la crisis generada por el Covid-19 se hicieron más visibles y se acrecentaron los problemas sociales y pareciera que los llamados a resolverlos no lo hacen o no lo hacen bien, y la gente ve como mientras se sufre falta de ingresos y oportunidades, se despilfarran y roban los recursos públicos.
Esta mezcla de factores hace que se genere un sentimiento de cambio, pues como dije, no sobran razones para estar indignados, el problema viene cuando esa indignación se vuelve extrema al punto que negamos los avances que tiene el país y se utiliza por políticos para ofrecer esta vida y la otra.
Como dijo Alfred Marshall, “la exageración de los males inherentes a las condiciones económicas retrasa a larga todo progreso social” y yo diría que esto pasa porque impide que se den consensos y hace que nos dividamos como país, cuando la unión es el requisito fundamental para que podamos construir un mejor país.
Van pocos días de campaña de segunda vuelta y solo es necesario hablar con un amigos o ver redes sociales para darnos cuenta que continuamos dividiéndonos entre buenos y malos, entre tontos e inteligentes, entre informados y no informados, entre conscientes e indolentes. Si seguimos, así como vamos, peleando entre nosotros, sea cual sea el resultado de las elecciones, no vamos a poder unirnos como país y continuaremos perpetuando el mismo círculo vicioso de indignación y división, que es el campo que le gusta a los políticos populistas y corruptos.
La indignación hace que lleguemos a un nivel de fanatismo que muchos llegan a creer que su candidato es intocable que nunca se equivoca, que todo lo que hace, lo hace por algo o peor aún, que sus fines justifican los medios y por otro lado atacamos a los demás candidatos más que por sus ideas, con base a nuestros prejuicios.
Esas contradicciones se engloban en lo que yo denomino “indignación selectiva”, que es cuando solo nos duele lo que pasa de nuestro lado, lo que creemos es lo que es justo, pero a su vez criticamos, condenamos y exageramos solo lo que vemos del otro lado, y callamos, minimizamos o justificamos lo malo que pasa de nuestro lado.
Llegamos a un punto en que de la misma manera en que condenamos al que piensa diferente, condenamos al que no manifiesta ninguna posición, si alguien no se indigna o no rechaza lo que nosotros creemos o no vota por el que creemos es el mejor candidato, lo condenamos por indolente o atacamos su inteligencia, por eso es típico ver que se exija a deportistas, artistas y otros personajes de la vida nacional que tengan que pronunciarse como nosotros queremos.
Procuro no caer en ese juego, y siempre trato de respetar la opinión de los demás porque cada uno es libre de votar por el candidato que refleje el país que sueña. Por mi parte sueño con un país unido, en el que nos enfoquemos en los verdaderos problemas, que es lograr que el crecimiento se refleje en mayor equidad y en mayor acceso a oportunidades. Creo que en ese país cabemos todos y se necesita un presidente que nos gobierne a todos, ricos, clase media o pobres y que tenga capacidad de generar consensos para que las transformaciones que requiere el país se hagan de forma responsable.
También creo que no se necesita destruir para construir y muchos menos convertir nuestros sueños en las pesadillas de otros.
Lastimosamente a estas alturas hablar de voto a conciencia es irrisorio, siempre he promulgado por un voto responsable que no se vende, y que se piensa, que no se basa en las encuestas, ni en lo que recomienda un líder político, ni en las posibilidades de una ayuda económica o de influencia, un voto que analiza las propuestas, la trayectoria del candidato, la compañías y alianzas, un voto que refleje lo que somos y lo que añoramos para nuestro país, pero soy consciente que no siempre se puede elegir lo que uno sueña, y que para segunda vuelta toca elegir el menos peor, al menos para los que no votaron por las dos opciones ganadoras.
Para los que votaron por alguno de ellos, es claro que los dos candidatos ofrecen un cambio, cada uno elige cuál es el mejor cambio, y si consideran que su candidato será capaz de adelantar todas las transformaciones que propone de forma responsable, concertada, pacífica y planificada.
Para los indecisos les recuerdo que en primera vuelta había que ser honesto con el voto, sin cálculos políticos, en segunda vuelta hay que ser pragmáticos, todos debemos votar por el presidente que creamos tiene mayores probabilidades de unir al país y trabajar en el marco del respeto a la institucionalidad.
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