En las últimas sesiones de la Cámara de Representantes se ha venido adelantando un proyecto de ley que busca la protección de los animales, específicamente de los toros de lidia, mediante la prohibición de las corridas taurinas tal y como las conocemos hoy.
Y por supuesto esto no ha estado exento de polémica, porque si bien hoy hay un mejor ambiente para adelantar una restricción de esta práctica, que debo confesar, a mi juicio es arcaica y por fuera de cualquier estándar de dignidad para un ser vivo, hoy aún persisten grupos de presión conservadores que todavía ostentan influencia política en las altas esferas del poder legislativo, especialmente en esos movimientos o grupos políticos que aún mantienen su postura que el sacrificio de un animal, debe considerársele como un tema cultural.
La semana pasada por ejemplo, vimos la penosa intervención de un defensor de estas faenas taurinas en el Congreso de la República, quien en tono sentimental y con una actitud que demostraba estar “anímicamente golpeado”, manifestaba con un profundo sentimiento que los toros de lidia “no nacen para morir en un matadero, sino para morir peleando en la arena, con casta y brío por su vida”, rematando a su vez diciendo que él es un “verdadero amante de un toro”.
Según este afligido seguidor taurino, la única razón para la existencia de un ser vivo como un toro, en este caso de lidia, es la de complacer el bajo instinto del ser humano que disfruta verlo morir en la arena después de sufrir múltiples lesiones físicas previas, además del profundo estrés al que es sometido el animal.
Seguramente hay muchos seguidores y amantes de la denominada fiesta brava, la cual hay que decir, más allá del sacrificio del toro, es toda una fiesta de galaneria pintoresca, pero que su fin principal a estas alturas del siglo XXI, época donde cada vez se tiene más conciencia de los derechos de los animales como seres vivos, va perdiendo terreno y apoyo popular a pasos agigantados, aún más cuando en algunos escenarios esta práctica siempre se consideró como un espectáculo reservado a los sectores más privilegiados en términos económicos de la sociedad.
Hoy esos sectores ultraconservadores aún se resisten a avanzar en este sentido, a buscarle alternativas a la fiesta brava, las cuales no impliquen el suplicio innecesario de otro ser vivo en la arena, un suplicio que el toro afronta aun siendo inocente.
El mundo está cambiando y en algunas cosas parece que la sociedad quiere ser más civilizada, sin embargo, todavía hay atisbos de esa necesidad de quedarse anclado en el pasado, aún si esto significa la condena al sufrimiento de otros seres vivos.
Es hora de que comencemos a entender a Ghandi cuando dijo: “la grandeza y el progreso moral de una sociedad, de una nación, se mide por la forma en como trata a los animales”.
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