El cóndor pasa

Harold García

No me alcanzo a imaginar que estaba pensando el joven jurista ibaguereño Juan Felipe Rodríguez cuando con un grupo de soñadores se metió en el berenjenal de defender los páramos. En efecto presentó sendas tutelas cuyo objetivo era declarar el parque nacional natural los nevados y el complejo de paramos las hermosas, como así sucedió, sujetos especiales de derechos para su protección, conservación y preservación, asignándoseles como tutor y representante legal, nada más y nada menos, que al propio presidente de la república, quien con las entidades y entes territoriales vinculados en las tutelas respectivas deberán crear y ejecutar un plan conjunto de manejo, mantenimiento y conservación que contará con la platica que deberán incluir en sus respectivos planes de desarrollo e inversiones para su ejecución.

Tampoco me imagino si los gobernadores, alcaldes y directores de corporaciones regionales ambientales se alcanzaron a ruborizar cuando sus apoderados judiciales se oponían a dichas tutelas e incluso impugnaran sus fallos aduciendo miles de circunstancias para no confrontar esta obligación ambiental, valga decir, falta de competencia o jurisdicción, improcedencia de la misma y no exagero, hasta que en los paramos no ha existido ningún daño y están como Dios los mando al mundo.

Desconocer el daño ambiental producido por el narcotráfico, la minería ilegal, la ganadería extensiva sin autosostenibilidad, el calentamiento global y otros males que aquejan estos gigantes proveedores de agua, oxigeno y ambiente sano es como negar que existen el día y la noche.

Ojalá esta cruzada por la salvación de nuestros paramos de frutos y los municipios que tiene el privilegio de dormir a sus pies los respeten y apoyen su conservación de la mano de las corporaciones regionales y el mismo presidente de la república. Talvez así nuestros hijos podrán conocerlos con su vegetación y animales prodigiosos y como dice Jorge Piragua Forero en su propuesta literaria “Cristal nublado”, haciendo alusión al cóndor de los Andes sepamos que “tres metros y treinta centímetros de envergadura son suficientes para abrazar la montaña y para elevarse a la altura de los dioses”.

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