Colaboración es una palabra muy común, de la cual se abusa muchas veces, pero realmente es muy poco aplicada. Incluso el gobierno la utilizó para lo que denominó “Aislamiento Preventivo Obligatorio Colaborativo…”, en el entendido que se necesitaban acciones conjuntas para contener el COVID-19, pero bien habría que revisar que tan colaborativos hemos sido durante esta crisis.
Si bien, en términos empresariales de hace tiempo se tiene claro que la colaboración es clave para el desarrollo de los negocios, y se encuentran casos de éxito en los que empresas trabajan como si fuera una sola empresa con proveedores y clientes, y aún con la competencia, bajo un modelo unificado de negocio. Todavía muchas empresas son reticentes en cuanto a ver sus socios de la cadena como aliados y no como enemigos, muchas relaciones no buscan el ganar – ganar, sino que una de las partes pierda.
La tendencia en un mundo globalizado es trabajar de forma interconectada para generar ventajas competitivas, pero en nuestro país existen brechas de gestión, información y productividad que no permiten que se de esta articulación en las cadenas. Es por eso que las iniciativas clúster en muchas regiones han servido para superar esas brechas y que las empresas trabajen de manera conjunta, lo cual permite encontrar estrategias para una especialización inteligente de los territorios.
Sin embargo, a nivel general, debemos trabajar en los factores del comportamiento empresarial que afectan el grado de integración y colaboración en una cadena. Existe mucha desconfianza, bajos flujos de información y comunicación ineficiente entre los actores, sumado a barreras culturales como las tradiciones, el arraigo, resistencia al cambio y al trabajo en equipo. Esto impide la transmisión de buenas prácticas y conocimientos entre los actores de una misma cadena, que es crucial para la diversificación, innovación y sofisticación del aparato productivo.
Hay que entender que colaborar no es solo trabajar con otro, implica generar acciones conjuntas y cooperativas, aplicando un esfuerzo sincronizado. Y para esto es necesario otra palabra clave que es compartir. A nivel internacional se encuentran muchos ejemplos de cómo empresas comparten recursos para generar mayores posibilidades de llegar a otros mercados, integrando redes de distribución y/o abastecimiento, comparten empleados en labores operativas, comparten espacios e infraestructura para generar economías de escala y sobre todo, comparten información. Esto permite que se den compras conjuntas, entregas conjuntas e incluso producciones conjuntas
Para no ir muy lejos, en Colombia hay dos casos interesantes de colaboración; uno la creación de Bon Yurt en 1987, un ejemplo de cómo se pueden complementar productos para ofrecer servicios de mayor valor agregado, entre dos empresas como Alpina y Kellogg’s, cada uno especialista en lo suyo. El otro más reciente, es del Haceb y Whirlpool, la primera marca líder a nivel nacional en línea blanca y el segundo el primer fabricante en el mundo de este segmento, que a pesar de ser competencia aunaron esfuerzos para crear la primera planta de lavadoras en la región Andina, inaugurada en 2015 en Antioquia, compartiendo espacio en los mismos 300.000 metros cuadrados para producir 400.000 lavadoras al año con lo mejores estándares de calidad.
Aunque nos falta mucho por mejorar, lo cierto es que en esta crisis hemos avanzado. La colaboración se convirtió en una estrategia obligada para superar el desequilibrio en términos de oferta y demanda. Dada la fractura de las cadenas globales de valor y la restricción de la oferta de muchos sectores por el aislamiento, se hacía más difícil conseguir insumos (sobre todo lo relacionado con bioseguridad por el aumento de la demanda) y acá fue donde la colaboración sirvió para compartir información que permitiera identificar proveedores y garantizar disponibilidad del producto, surgieron muchas plataformas de networking para superar las asimetrías de información y muchas empresas pequeñas incluso optaron por hacer compras conjuntas para consolidar demanda y conseguir mejores precios.
La colaboración también sirvió para que muchas empresas entendieran que lo que hacen repercuten en otras empresas, dentro de una visión compartida de valor. Muchas empresas mejoraron los canales de comunicación, el intercambio de información y optimizaron procesos para disminuir la interacción. Para cumplir los protocolos de bioseguridad que es clave en esta pandemia, fue necesario la confianza mutua y colaboración para asegurar que tanto clientes y proveedores tuvieran buenas prácticas en este sentido. Este factor es clave no solo para esto, sino también para temas relacionados con la sostenibilidad ambiental, porque por ejemplo no sirve que una empresa tenga un bajo impacto de huella de carbono, pero un socio de la cadena no implemente medidas para hacerlo también.
En general hay muchos ejemplos de colaboración durante esta coyuntura pero todavía hay muchas cosas por mejorar, para que las empresas identifiquen oportunidades de alcanzar nuevas e innovadoras maneras para resolver problemas de negocio de forma cooperativa, eliminar ineficiencias en los procesos y satisfacer al mercado en el marco de esta nueva realidad.
Bien decía Peter Drucker que “las empresas no compiten como entes autónomos sino como miembros de cadenas de suministro” lo que significa que la mejor forma de alcanzar competitividad es propiciar el mejoramiento continuo de las empresas que hacen parte de la misma cadena, esta sería una forma de construir un camino conjunto, hacia la reactivación.
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