Produce nostalgia que el Día del Amor y la Amistad ya no haya novias que ansiosas esperen la carta de su enamorado.
Puede afirmarse que en asuntos de romanticismo, los tiempos pasados fueron mejores. La extinción de la literatura epistolar es un estrago del postmodernismo y el desarrollo tecnológico. Se acabaron los mensajeros que en las tardes pasaban en sus bicicletas, cargados con cartas de amor. Hasta mediados del siglo XX, las cartas fueron la mejor prueba de los amores correspondidos.
En los parques también hallábamos a quienes se ganaban la vida como escribidores de cartas de amor. Gracias a las cartas de amor floreció la época dorada de los correos nacionales y la pasión por la filatelia.
Aunque los internautas de las redes sociales no se escriban cartas, los familiares, ni los amigos ya no se cuenten anécdotas a través de cartas, ni las enamoradas reciban cartas adornadas de corazones, ni en las navidades los niños ya no le escriban cartas al Niño Dios o al Papá Noel, pidiéndoles sus aguinaldos, y ni porque hoy ya no se exija una carta de recomendación para un trabajo; la carta quedó inmortalizada en la historia, en la Biblia, la literatura y las canciones: las cartas del Gobierno Central en Santa Fe de Bogotá para comunicarle las decisiones administrativas a las primeras regiones de la República, de Napoleón Bonaparte a Josefina, de Simón Bolívar a Manuelita Saenz, las epístolas que los Apóstoles enviaban para evangelizar a las primeras comunidades cristianas, \”El cartero de Neruda\”, la novela de Antonio Skármeta y \”La carta que nunca envié\”, la canción de Gonzalo Ayala. El Día del Amor y la Amistad inundemos las autopistas virtuales con muchas cartas de amor, aunque no vayan en sobre.
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