Son tres los grandes desafíos ecológicos que ponen en riesgo de extinción a la humanidad y que nos corresponde enfrentar, tanto desde lo individual, como desde lo colectivo como municipio.
El más grave de todos es el calentamiento global. El cambio climático ya tocó las puertas de Colombia, no solo con las altas temperaturas, sino también con huracanes, como el que afectó el año pasado a San Andrés y Providencia. Si no hay un cambio drástico en los próximos treinta años, miles de especies podrían desaparecer del planeta.
En segundo lugar, la escasez de agua dulce. Regiones enteras del mundo, incluyendo grandes capitales, como lo anunció recientemente Ciudad del Cabo, e incluso Tokio, tienen cada vez menos reservas, por lo que podrían verse abocadas a ser desalojadas y su población desplazada a lugares donde puedan encontrar suficiente de este líquido vital.
Un claro reflejo de la gravedad de este problema, es la noticia de finales del año pasado en la que Wall Street confirmó que el agua empezaba a ser transada como un commodity más, en su bolsa de valores, mediante contratos a futuro.
Finalmente, en tercer lugar, está la contaminación por plástico. Es el problema más fácil de percibir y sus efectos altamente perjudiciales para la flora y fauna marina, son inocultables. En el afán por frenar la aparición de islas enteras de plástico viene creciendo una tendencia global que cree encontrar en la prohibición de los plásticos, en especial los de un solo uso, la solución a todos los problemas ambientales.
Pero nada más alejado de la realidad. La sustitución total de los empaques plásticos por materiales como el papel o cartón conllevaría a una deforestación sin precedentes, con la consecuente erosión y su nefasto impacto sobre las cuencas hídricas y el calentamiento global (no olvidemos la importancia de los árboles para transformar el CO2 de la atmósfera en oxígeno).
Hoy por hoy el consumo de papel no es una amenaza, ya que se encuentra en equilibrio desde hace décadas con las áreas reforestadas. ¿Se imaginan ustedes lo que sucedería si ese equilibrio se rompe y millones de toneladas de plástico debieran ser reemplazadas en un corto tiempo por papel? ¿Somos conscientes de la cantidad de años que le toma a un árbol crecer para poder ser cortado y convertido en papel?
Ante la imposibilidad de reemplazar el plástico por otro material de más rápida biodegradación, sin producir un impacto catastrófico en los dos problemas principales citados anteriormente, el panorama parece desalentador. Pero en realidad no lo es; el plástico es un material que puede ser reciclado indefinidamente, reduciendo de esta manera su impacto negativo sobre el medio ambiente.
Se estima que en Colombia solo se recicla alrededor de un 10% del plástico que se desecha y en esa labor se emplean alrededor de 70.000 personas. Esto quiere decir, que si lográramos llevar el reciclaje en unos pocos años a niveles del 60%, estaríamos generando unos 350.000 nuevos puestos de trabajo, de mano de obra no calificada, por lo que su impacto social sería inmediato, reduciendo el alto índice de desempleo y la inseguridad urbana que éste genera.
Para conseguir que todo este plástico que se va a reciclar tengo un mercado importante que demande del mismo, debemos unir esfuerzos entre los entes territoriales, la academia y la industria, para promover procesos de innovación que conlleven a desarrollar aplicaciones donde la longevidad del plástico no sea un defecto, sino una cualidad deseada, como por ejemplo en productos para construcción o mobiliario urbano.
¿Por qué no permitirnos soñar con Cali como centro de un proyecto piloto a nivel nacional en materia de reciclaje? ¿Y si además de convertirnos en los líderes del reciclaje, nos concentramos también en proteger nuestras fuentes de agua, principalmente en nuestras extensas y cada vez más pobladas zonas rurales? En la Universidad del Cauca se ha venido perfeccionando un sistema de tratamiento de aguas, sin el uso de productos químicos, que permite recircular hasta el 80% de las aguas usadas residenciales.
Este sistema al que han denominado Biojardines, tiene un costo de instalación por debajo del 40% del valor de una PTAR convencional y el costo de su mantenimiento es prácticamente nulo; permite la plantación de flores en su perímetro, las cuales pueden ser comercializadas por los habitantes de estas zonas con el beneficio adicional del ingreso que les podría generar.
Por último, pero no menos importante, ¿por qué no soñar con liderar desde Cali una verdadera transformación hacia el uso masivo de la energía fotovoltaica y la movilidad eléctrica? ¿Se imaginan los techos de las casas en nuestros barrios más marginados cubiertos en su totalidad por paneles solares y el impacto que estos tendrían no solo en la reducción de la huella de carbono de nuestra ciudad, sino en el espíritu de sus habitantes que se verían reivindicados después de décadas de exclusión social?
Con esta estrategia integral, que tiene en cuenta la contaminación por plástico, la preservación del agua y la disminución del calentamiento global, podríamos generar un movimiento que nos ponga a la vanguardia de la protección del medio ambiente en el país. ¿Por qué no reverdecer ese liderazgo de los años 70 y 80 del siglo pasado, cuando fuimos reconocidos como La Capital Cívica de Colombia, y nos unimos todos en un solo propósito, para convertir a Cali en La Capital Ecológica de Colombia, en esta tercera década del siglo XXI?
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