Diario Occidente

Atentados y violencia: jaque a la democracia

Víctor Manuel García

Colombia se ha caracterizado por sus largos y constantes periodos de violencia que se han adelantado de manera focalizada en algunos puntos de su territorio o en su defecto de manera general en toda la geografía nacional.

Esta violencia, dependiendo del periodo a estudiar, tiene diversos orígenes, pero que si al analizar nos detenemos a revisar la crudeza y la constancia de la misma, al final se podría asegurar que se ha tratado del mismo círculo interminable cuya flama nunca hemos podido extinguir como colombianos.

Es tal vez por esta violencia vivida de generación en generación que los colombianos a punta de resiliencia, pero ante todo con una alta dosis de resignación, “nos hemos acostumbrado a vivir con ella”, convirtiendo los hechos más aberrantes en “paisaje”, o como dicen los abuelos, “en flor de un día”.

Hay múltiples razones para entender estas dinámicas, pero podemos identificar que la dispersión geográfica, la heterogeneidad poblacional en idiosincrasia y cultura, la falta de potencia estatal para hacer presencia real en territorio, los altos índices de corrupción y los altos niveles de impunidad históricamente presentados en nuestro país, son algunas de las razones que han fungido como incentivos perversos para la preservación casi que perenne del martirio.

Pues bien, el ejercicio político como vía de acceso a posiciones de poder en el país, no es ni mucho menos un ámbito exento a esta situación, por el contrario, al igual que el proceso de concentración y posesión de la tierra, este es uno de los focos con los cuales se ha ensañado la tragedia.

En nuestro país el ejercicio político es simplemente un riesgo a la vida propia de las personas que se atreven a emprenderlo, lo cual sumado al desprestigio generalizado (especialmente de los últimos años) que tienen los que se atreven a enfrentarse a esta realidad, simplemente han vuelto poco atractivo para muchos el inmiscuirse y aportar en los asuntos de la vida local y nacional.

El ejercicio poco seguro para la expresión de la opinión y la perversidad del actual sistema electoral de nuestro país, ha llevado a que buenos profesionales preparados, capaces de aportar de buena manera en las discusiones de fondo para el desarrollo del territorio, no vean atractivo el participar en las discusiones de gran calado nacional.

Y ¿Cómo se pueden convencer a estas nuevas personas y líderes para que aporten ideas y actúen de manera “refrescante” en el sórdido y vetusto quehacer político de Colombia?

Pues difícil, debemos comenzar a transformar nuestro actuar como sociedad, incentivando la tolerancia a la diferencia de opinión.

Porque ¿Cómo se puede convencer a estos líderes con potencial si tenemos en el registro que apellidos como Galán, Lara, Jaramillo, Pizarro, Gómez Hurtado, entre otros, han sido asesinados en el ejercicio de la exposición de sus ideas?

Y eso que en estos apellidos, no contamos la gruesa cifra de líderes y mandatarios locales, así como periodistas que han perdido la vida en estos procesos, donde la divergencia debería ser un valor democrático y no un ramo de flores secundada por una caja y un sufragio.

Es tal la situación, que aún se presentan estas malformidades democráticas.

Vemos entonces como un Senador en ejercicio, le tocó salir “corriendo” del país, porque según manifiesta, teme por su vida.

Igualmente, vemos como el Ejército desarticula un posible atentado con explosivos en contra de la caravana liderada por la precandidata presidencial Ma. Fernanda Cabal.

También es muy preocupante que el candidato de la oposición, Gustavo Petro, deba dar sus discursos con chaleco antibalas y acompañado de una escolta permanente en tarima.

Estos son síntomas muy graves de que algo no anda bien en nuestra democracia, son señales que en un país democráticamente maduro serían atendidas con la mayor seriedad y prontitud por el Estado y a su vez serían duramente rechazadas y penalizadas socialmente por la población, sin poner de manera preliminar y “deportivamente” en “tela de juicio” su veracidad de manera inicial tal como está pasando en el caso de Bolívar y Cabal.

Colombianos, debemos aprender de una vez por todas que las ideas se combaten con ideas y no con balas. Debemos dar un paso hacia adelante para que la libertad de expresión y opinión no sea coartada por la violencia y atentados que pongan en un constante jaque a nuestra democracia.

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