El levantamiento del paro, tras pactar entre cafeteros y Gobierno un subsidio de 145 mil pesos por carga, tranquiliza a los colombianos afectados más por los bloqueos viales. Esto es consecuencia del libre comercio internacional, porque hubo una historia dorada desde la Colonia cuando al reverendo Francisco Romero, párroco en una vereda de Santander, adicto al tinto, ante la falta del grano que de contrabando entraba a la Nueva Granada, se le ocurrió imponer penitencias de sembrar maticas. El café y el tabaco permitieron el despegue económico del siglo XIX. A inicios del siglo XX, la cultura cafetera vuelve fundadores a los arrieros antioqueños: crean en el
viejo Caldas y el norte del Valle, los nuevos municipios cafeteros.
En 1959, don Arturo Gómez Jaramillo, siendo gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, promovió el nacimiento de Juan Valdez, el antioqueño bonachón, de alpargatas, machete, carriel y sombrero, quien, con su mula cargada de café, se metió entre los rascacielos neoyorquinos, poniendo a beber tinto colombiano al 61% de abogados, cineastas, empresarios y empleados. En tiempos aciagos de Brasil, cuando en los setenta padeció de roya y heladas, mejoraron nuestras cosechas, se incrementaron las exportaciones y se dio la bonanza cafetera. Si Colombia firmó el TLC, sabía a costa de qué consecuencias. Ante un libre comercio, donde el Estado deba subsidiar a gremios, era mejor el proteccionismo de una economía débil, pero estable, no soñadora y que pone toda la población al borde del infarto.
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