Mi madre y yo durante 4 años convivimos con el Alzheimer de mi padre, enfermedad que nos hizo experimentar una serie de cambios en nuestra estructura familiar y que desapareció el pasado 4 de abril, cuando mi “viejo” tomó la decisión de irse a descansar en las manos de Dios.
Aunque hubiera querido una despedida en tranquilidad, tuve que afrontar con gallardía las dificultades de nuestro sistema de salud, las malas prácticas y las imprudencias médicas de profesionales que desconocen los derechos de nuestros adultos mayores.
Durante doce días, en urgencias de la Clínica Nueva y sin la atención que requería mi padre por su crítica condición, tuve que recurrir al apoyo de la Personería Municipal, la Defensoría del Paciente de la Secretaría de Salud de Cali y amigos de los medios de comunicación para dejar en evidencia los errores procedimentales de la entidad prestadora de salud.
Los padecimientos de los adultos mayores no sólo generan en el personal joven de la salud rechazos y discriminaciones, sino que su falta de ética profesional hace ver a nuestros ancianos como personas no competentes y con discapacidad.
Para este personal, ser viejo termina siendo un problema y un gasto innecesario y por esa razón ha dejado de prevalecer el respeto a la integridad de nuestros ancianos y el sentido de la existencia de ellos como la base y los cimientos de lo que somos.
Desde que nacemos estamos envejeciendo, y por esa razón la vejez como una etapa normal de la vida, debe ser vista con amor, generosidad y admiración.
No es justo privar a nuestros “viejos” de procedimientos que puedan mejorar su calidad de vida. ¡Nos encontraremos pronto, papá!
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