Cali, abril 22 de 2025. Actualizado: martes, abril 22, 2025 00:14

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Hijo de Miguel Rodríguez Orejuela es embajador de la Organización Mundial para la Paz

“Hoy yo tengo claro que el verdadero poder no es el dinero”

Por: Alexandra Delgado

Llamarse Miguel Rodríguez y ser el hijo Miguel Rodríguez Orejuela es un estigma que trae muchas batallas que librar. Pero tener la capacidad de levantarse, de sobrepasar el prejuicio, de engrandecer una debilidad, es algo que no pasa desapercibido.

Miguel fue nombrado embajador de paz por la Organización Mundial para la Paz porque la vida misma lo llevó a hablar sin temor al estigma y al señalamiento desde la capacidad de ser resiliente.

Cuando por una “diosidencia”, como el mismo la califica, empezó a hablar en las cárceles de resiliencia, supo que estaba en espacios que ya conocía. Su papá pasa sus días preso, por eso sabía lo que ellos sentían, lo que sus familias pensaban, no era su casa, pero tenía la autoridad para decirles a ellos que sin importar en qué lugar estén siempre se puede salir adelante. Estas charlas las hizo de manera empírica, sin prepararse, sin muchas pretensiones.

En un viaje a México se cruzó con el hijo del archienemigo de su papá, el hijo de Pablo Escobar y juntos ya no hablaron de los carteles de la droga, sino los de las oportunidades, no hablaron de extinción de dominio, sino en cómo no dejar extinguir las capacidades, ya no hablaron de empresas desde lo ilícito sino cómo ser exitoso desde la vida misma, una empresa que tienes que administrar desde el corazón, desde la plenitud y la felicidad propia.

Hoy Miguel está a punto de publicar su libro “Código R” esa r de resiliencia, esa facultad que nos permite caernos sin quedarnos en el letargo del dolor y el llanto sino sobreponerse a ello transformándolo.

Es abogado, se dedica al derecho empresarial desde su firma Rodríguez y Asociados, donde trabaja las experiencias de vida llevadas a lo jurídico.

Está a punto de abrir una escuela de educación virtual porque es un convencido de que pudo salir adelante gracias al estudio, cuenta con precisión y mucha convicción que a través de esta escuela los estudiantes podrán tener herramientas para que su vida tenga un factor diferencial, la capacidad para emprender.

No ve a su padre desde que Donald Trump subió a la presidencia, pero sabe que está bien. Habla con él 4 minutos que es lo permitido en la correccional Federal Edgefield en Carolina del Sur donde cumple su condena que va hasta el 2030. Hablamos con él de ese camino que recorrió junto a su padre y que tras librar las batallas hoy lo tienen en el lugar en que está:

¿Cuál es la diferencia del Miguel de hoy y el de hace 30 años cuando su papá era el jefe de un imperio de la droga?
Mucha. Tenía 13 años, no tenía la consciencia ni el alcance para poder medir la doble vida que mi papá tenía. Él era todo, al igual que mi madre, era un empresario, era un hombre con muchos compromisos sociales, el dueño del América de Cali, un hombre en el rol del sector empresarial. Mi papá y mi tío Gilberto dentro de todo fueron los gestores de empresas que aún existen aunque no estén en nuestras manos y de alguna manera ellos les dieron los fundamentos y la visión empresarial que aún las mantiene vivas.

¿Y en qué momento se da cuenta que todo lo que tenía alrededor provenía de algo ilícito?
No era todo, había una línea empresarial que gestó oportunidades y que tuvo crecimiento, ellos tenían como vivir dignamente; pero les llega la oportunidad de este negocio y se desviaron sus propósitos y los llevaron a vivir un mundo paralelo que nos fue arropando a todos a tal punto que lo que construyó en lo bueno, lo malo se lo llevó.

¿Pero cuándo cambia eso su vida?
Cuándo teniendo 16 años mi papá es capturado y tenía que visitarlo en una cárcel, tomar un avión para ir a Bogotá, hacer una fila para entrar a ver a un preso y así durante muchos años no sólo aquí en Colombia sino también en Estados Unidos. Yo siendo un adolescente no entendía la magnitud de lo que pasaba y hoy puedo decir que fueron tiempos fuertes y que trajeron consecuencias nefastas para la vida de ellos mismos, porque mira donde están.

¿Lo juzga por lo que hicieron?
No soy quien para juzgarlos, pero si es un flagelo difícil que marcó la vida de nosotros, de ellos mismos y de Colombia.

¿Cómo vivió la persecución tan fuerte a la que fueron sometidos en su momento?
Allí jugó un factor determinante mi mamá y no porque tapara el sol con un dedo sino porque protegía mi integridad. Por ejemplo no veíamos noticias, aunque había cosas que eran ineludibles.

¿Un momento de esos ineludibles?
Vivíamos en el Limonar, se vivía la guerra con Pablo Escobar, llegó un allanamiento y lo hacía la Policía Militar, yo estaba jugando en el mezzanine que daba a la calle, cuando veo que se bajan de un camión y tocan la puerta, entran en desbandada y desbaratan todo, allí uno ya sabía que algo pasaba. Cada fin de semana era en una finca, como estando en una cápsula de cristal porque te sacaban del día a día para que no te dieras cuenta de lo que sucedía o vacaciones en Estados Unidos. O ver a tu papá en la prensa o en televisión en un cartel de “Se busca”, todo eso era ineludible.

¿Cómo era el día a día?
Mi papá era amoroso, cariñoso, exigente en la educación y psicorrígido en sus cosas y nos protegió desde la parte académica. No sé qué pasaba por la cabeza de él, pero nos exigió mucho en lo académico y la integridad como seres humanos, aunque suene incoherente con lo que era su vida.

¿Pero sí compartían tiempo de familia?
Se compartía tiempo, pero casi nunca estaba en la casa. Fue un hombre que tuvo que desaparecer un día del panorama familiar porque el primero que cae en España es mi tío y él se establece en Bogotá buscando como traer jurídicamente a su hermano. Y ya no eran dos al frente de las empresas sino uno solo, pero no había demasiado tiempo pero si calidad de tiempo.

¿Cómo vivieron la captura?
Eso fue un 6 de agosto del año 95, un día que yo no fui a estudiar. Ese día me levanto salgo de la habitación y había una sala de estar y allí estaban mi mamá, mi hermano y mi abuela y estaban llorando. Yo lo primero que pensé es que a mi papá lo habían matado. Todos estaban tristes pero cuando supe que estaba capturado sentí alivio porque estaba vivo y sabía que lo iba a volver a ver, es que llevaba un año sin saber de él.

¿El momento más difícil?
Cuando decían que lo tenían rodeado en una casa y uno no sabía si era verdad o no y llegaban helicópteros y grandes operativos, o estar en un semáforo y que se bajara el bloque de búsqueda con esas boinas rojas y la cara pintada y nos entregaban volantes de “Se busca” en los semáforos y nosotros los recibíamos viniendo del colegio.

El atentado de mi hermano William fue muy difícil, tener que pasar de la fila de la tienda a la de la cárcel, pasar navidad, año nuevo o día del padre en la cárcel. Todo eso es complejo.

¿Momentos inolvidables con su papá?
Paradójicamente donde más nos conocimos fue en la cárcel y en especial cuando se decreta la extradición porque yo era el único que tenía tarjeta provisional de abogado porque estudiaba derecho, y eso fue el pasaporte a la felicidad porque me permitió estar ahí, el último año fui el único que estuvo con él en el día del padre, la última navidad, las últimas fechas especiales.

¿De qué hablaban en la cárcel?
Él siempre tenía su agenda, primero revisaba su situación jurídica y luego ya preguntaba cómo estaban todos. Pasábamos por el fútbol, cómo estaba Cali, la vida política y a veces mi tío Gilberto nos hacía comprar libros, los leíamos y en la visita los debatíamos, era su manera de armar una lúdica para tener de que hablar.

¿Era un intelectual Gilberto Rodríguez?
Mi tío estudió filosofía y letras en la Universidad Santo Tomás y se graduó con honores e incluso hizo la tesis sobre la violencia en Colombia quince años atrás, y en esa tesis él decía que algo importante para acabar el conflicto era que todos los actores se sentaran en la misma mesa, lo cual nunca se dio.

El narcotráfico sigue siendo el mayor generador de violencia del país ¿Qué puede decir hoy de ese flagelo?
Antes que opinar de ese tema, lo que puedo decir es que lo que falta es oportunidades para las nuevas generaciones, para que vivan una verdadera gestión del cambio de pensamiento.

Porque todos los jóvenes a partir de lo que consumen en televisión y libros creen que el narcotráfico es el camino a seguir, pero yo como hijo de un actor del conflicto trato de aportar desde la conciencia haciendo entender que ser bandido no es el futuro, mi papá y mi tío fueron unos empresarios visionarios pero se dejaron llevar por lo ilícito.

Hoy yo tengo claro que el verdadero poder no es el dinero, el verdadero poder es la familia, poder compartir, poder reír, descansar, tener libertad.

¿Qué significa ser el hijo de Miguel Rodríguez Orejuela?
Se lo dije a él hace poco “Yo no me avergüenzo de tu apellido” porque no lo veo por lo que hizo sino como ser humano. Es quien me enseñó a ser hombre, porque desde su adversidad me enseñó a saber tomar decisiones, a no equivocarme, a saberme relacionar, a tener criterio y tener juicios de valor, fortaleza, a ser resiliente.

¿Su vida ha sido difícil?
Yo desde que tengo uso de razón he tenido un cáncer físico y otro social que fue el estigma. Luego vi a mi papá en la cárcel, vi perder una fortuna de muchas cosas, pero lo que no he perdido es mi esencia y lo que he hecho es ganar, soy un hombre diferente, construyo dentro de lo que he vivido. Todos tenemos luchas diarias pero perder está en la mente y aunque vivamos luchas diarias siempre se puede salir adelante.

¿Le importa ese estigma?
Ya no me importa. Vivo la vida por mí, toda la vida voy a ser el hijo de Miguel y eso no lo voy a cambiar. Así nací y así me voy a morir. Yo no llego a un lugar con mi árbol genealógico, yo llego con mis capacidades y con mis ideales.

Vea la entrevista de Miguel Rodríguez hijo de Miguel Rodríguez Orejuela a Mónica Lehder hija de Carlos Lehder ?

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