Cali, noviembre 12 de 2025. Actualizado: martes, noviembre 11, 2025 22:51
Hay tragedias modernas que no existían hace veinte años. Una de ellas es abrir WhatsApp y ver el número rojo de mensajes acumulados en un grupo. 237. O 408. Da igual.
Es el recordatorio digital de que el mundo siguió girando sin ti. Y aunque intentes ignorarlo, la ansiedad está ahí: ¿lo leo todo? ¿resumo? ¿me salgo del grupo y me hago el muerto?
Los chats grupales se multiplicaron como gremlins. Los hay de trabajo, familia, amigos, excompañeros de colegio, vecinos, gimnasio y hasta de gente que ya no sabes quién es.
Todos con un propósito noble al principio: “mantenernos en contacto”. Pero como toda utopía, rápidamente se convierte en caos.
En el chat familiar, por ejemplo, la conversación es eterna. Empieza con un “buenos días” de tu tía a las 6:00 a.m. y termina con un video de Piolín deseando dulces sueños.
Entre tanto, hay recetas, cadenas de oración, fotos de gatos y discusiones sobre política. Si te atreves a opinar, quedas atrapado por tres horas. Si no opinas, te acusan de ser el distante de la familia. No hay salida elegante.
Luego está el grupo del trabajo, el que no puedes silenciar porque ahí se mezclan cosas importantes con chismes de oficina. “Por favor revisar informe adjunto” aparece entre memes, stickers y debates sobre quién trajo mejores empanadas al desayuno del viernes.
Si no respondes a tiempo, el jefe te escribe en privado: “¿viste lo del grupo?”. Lo viste, claro. Pero estabas intentando conservar la cordura.
Los grupos de amigos son otro universo. Empiezan con energía y terminan en abandono. Alguien propone un plan, otro dice “me anoto”, luego otro “avísenme el día”, y después… silencio absoluto.
Días más tarde, uno manda un meme. Dos meses después, alguien escribe “reactivemos el grupo” y todo vuelve a empezar. Es un ciclo eterno de entusiasmo, olvido y nostalgia digital.
Y, por supuesto, está el infame grupo del colegio. Cien personas, de las cuales solo hablas con tres, pero todos mandan fotos de hace veinte años, cadenas de cumpleaños y teorías de conspiración.
Siempre hay un excompañero que escribe “¡qué tiempos aquellos!” cada tres semanas y otro que intenta vender seguros. Es una mezcla de reunión escolar, bazar y novela retro.
A pesar de lo irritante que puede ser, hay algo profundamente humano en esos chats imposibles. Representan nuestra necesidad de pertenecer.
De sentirnos parte de algo, aunque sea caótico y ruidoso. En cada grupo hay un poco de familia, de comunidad, de nostalgia. Lo que antes era la sobremesa o el café con amigos, hoy son los stickers y los audios eternos.
Vivimos tan conectados que la desconexión se volvió un lujo. Por eso, cuando ves el número rojo del grupo, lo mejor que puedes hacer es respirar.
No hay que leer todo para estar. No hay que responder cada mensaje para pertenecer. A veces basta con un emoji y un corazón. Es el equivalente digital de decir: “los quiero, pero estoy cansado”.
Los chats son caóticos, sí, pero también nos salvan. Son la forma en que seguimos riendo juntos en medio del ruido. Así que, aunque a veces quieras borrarlo todo, no lo hagas.
Porque detrás de esos 237 mensajes hay gente que, como tú, solo intenta no sentirse sola. Y eso, entre tanto meme, también cuenta como amor.
Fin de los artículos
Ver mapa del sitio | Desarrollado por: