Rosa María Agudelo

Sebastián de Belalcázar

Rosa María Agudelo

No es el momento para poner la estatua de Sebastián de Belalcázar en su lugar tradicional. El estallido evidenció no solo las fuertes tensiones sociales existentes en Cali y la espiral de violencia que generan. También dejó claro conflictos raciales sin resolver. La polémica sobre la próxima llegada de la minga también lo demuestra. En ese contexto, la estatua es un símbolo que representa diferentes cosmovisiones. Belalcázar es para unos un fundador que debe ser homenajeado, para otros un conquistador que despojó y para otros simboliza la esclavitud. Ninguno debería imponer a la fuerza su visión. La forma en que se tumbó la estatua no es aceptable, pero ponerla sin que haya un diálogo social profundizaría las heridas. Por el contrario, qué hacer con la estatua debe ser una oportunidad para reconciliarnos y para demostrar que somos una ciudad multiétnica y pluricultural de la cual nos sentimos orgullosos. En ese sentido, hay que reivindicar las historias de los demás y reconocer a sus protagonistas. El mirador puede convertirse en un reflejo de ello. Es una buena idea que se integren imágenes también majestuosas del Cacique Petecuy, que repelió la conquista española, y de uno de los cimarrones, como Juan Tumba, de los tantos que emprendieron la lucha contra la esclavitud. Discutir solamente qué hacer con Sebastián, decidirlo a la carrera y verlo solamente como un elemento cosmético de la ciudad es un error garrafal. Afrontémoslo como un diálogo social, como una relectura de nuestra historia y como una oportunidad para reconocernos desde nuestros diferentes orígenes. Es hora de sacar esta polémica del ámbito político y la academia es la llamada a liderar el proceso.

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