El pasado fin de semana tuve la fortuna de visitar el Centro de Estudios Ambientales “El Topacio”, de la CVC, un lugar que colinda con una de las entradas tradicionales al imponente “Pico de Loro” en el Parque Nacional Natural Farallones de Cali.
Aunque he caminado sus senderos en otras ocasiones, esta vez mi corazón latía con más fuerza.
La razón: las noticias de un visitante misterioso que, en los últimos meses, ha dejado huellas y miradas fugaces en esta zona de amortiguamiento. Un puma.
El Topacio es un rincón que todos los caleños y vallecaucanos deberían conocer, no solo por su belleza, sino por la oportunidad de reconectar con la naturaleza y aprender a respetarla.
Solo cuarenta personas pueden ingresar cada día, en un ascenso responsable y ordenado, para maravillarse con las tres cascadas que adornan este paraíso: “El Barraquero”, “La Mariposa” y “La Naturaleza”.
Puedes contemplarlas, sentir su fuerza vibrante y escuchar su canto ancestral, pero no sumergirte en sus aguas cristalinas.
Esta quebrada es la fuente de vida que nutre al corregimiento de Pance, recordándonos que cada gota es sagrada.
Aquí, el agua esculpe la roca con paciencia infinita, enseñándonos que incluso lo más ligero puede transformar lo más duro.
Como dijo Lao Tse: “El agua es la cosa más suave y, sin embargo, puede penetrar montañas y la tierra. Esto muestra claramente el principio de que la suavidad supera la dureza”.
Los Farallones de Cali son gigantes de piedra que se alzan hasta los 4.000 metros sobre el nivel del mar.
No solo son famosos por su altura y verticalidad, sino porque son un santuario de vida silvestre, un refugio sagrado para la biodiversidad.
Durante décadas, este parque estuvo marcado por la sombra de grupos armados, y aun hoy, lo asecha la minería ilegal.
Sin embargo, renace como un faro de esperanza y la presencia del puma es una prueba de ello.
Como bien nos recuerda el ecólogo y escritor estadounidense Aldo Leopold: “los parques nacionales son un recordatorio de que el mundo no nos pertenece, sino que somos parte de él”.
Estas áreas protegidas, designadas por gobiernos de todo el mundo, son claves para la conservación de ecosistemas, recursos naturales y la riqueza biológica que albergan.
En el mundo existen más de 4.000 parques nacionales, y Colombia, el segundo país más biodiverso después de Brasil, cuenta con 59 de ellos.
El Parque Nacional Natural Farallones de Cali, con sus casi 2.000 kilómetros cuadrados, es un ejemplo de esta riqueza.
Aquí, las actividades humanas se limitan para evitar la degradación del medio ambiente, permitiendo solo el ecoturismo, la investigación científica y la educación ambiental, siempre con el cuidado de no alterar el frágil equilibrio ecológico.
En esencia, los parques nacionales naturales son herramientas vitales para la conservación del planeta y la promoción de un desarrollo sostenible.
Son un legado de la naturaleza, un recordatorio de que nuestra existencia está entrelazada con la de todos los seres vivos.
El parque nacional natural más extenso del mundo se encuentra en Groenlandia: el Northeast Greenland National Park.
Este coloso, casi del tamaño de Colombia, alberga una gran variedad de vida silvestre, como osos polares, bueyes almizcleros, focas y aves marinas.
Su paisaje incluye glaciares, fiordos, tundras y montañas, un espectáculo de la naturaleza en su estado más puro.
Entre los parques más famosos del mundo se destacan: Yellowstone (Estados Unidos), el primero en crearse en 1872; el Serengueti (Tanzania), famoso por la migración épica de millones de ñus y cebras; el Gran Cañón (Estados Unidos), una garganta monumental esculpida por el río Colorado durante millones de años y el Kruger (Sudáfrica), hogar de los “Cinco Grandes”: león, leopardo, elefante, búfalo y rinoceronte.
En Colombia, además de los farallones, los parques más visitados son el Tayrona, donde playas doradas abrazan la selva virgen; la Sierra Nevada de Santa Marta, un coloso costero que se alza majestuosamente hasta casi los 6.000 metros sobre el nivel del mar; y el Valle del Cocora, donde las palmas de cera custodian paisajes sublimes.
La Meta No. 3 del Marco Mundial de Biodiversidad Kunming-Montreal establece que, para 2030, “al menos un 30 % de las zonas terrestres, aguas continentales, zonas marinas y costeras, especialmente aquellas de particular importancia para la biodiversidad, se conserven y gestionen eficazmente”.
Colombia, orgullosamente, es uno de los pocos países que ya cumplen con esta meta, que fue revisada en Cali durante COP16.
Según nuestro nuevo Plan de Acción de Biodiversidad (NBSAP) tendremos un 34% del territorio nacional bajo estrategias de conservación.
El pasado fin de semana, pasé la noche en el Centro Educativo El Topacio.
Salí a dar una vuelta por el sitio donde el guarda había grabado al puma, pero no hubo rastro de él.
La noche era apacible, lluviosa y fría.
Me dormí rápidamente, pero en la madrugada, un sonido me despertó: unas garras poderosas raspaban la puerta de mi habitación.
¿Habría sido un sueño?
Al día siguiente, mientras tomaba mi tinto mañanero, descubrí que al otro lado de la puerta había rasguños nítidos.
Podrían ser del puma, ese felino esquivo que nos recuerda que, aunque somos pequeños ante la inmensidad de la naturaleza, tenemos el poder de protegerla o destruirla.
La elección es nuestra, pero el tiempo para decidir se agota.
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