El monstruo que soñó una mujer

Rodrigo F. Chois

Imposible no sentirme tentado a ver la versión de Frankenstein de Guillermo del Toro. Imposible, porque Frankenstein es uno de los libros que he leído en más de una ocasión. Y versión, porque la cinta es una reinterpretación de una inigualable creación literaria.

Fue en un tormentoso verano de 1816 cuando una joven de dieciocho años, su esposo y un reconocido poeta hicieron una apuesta.

El obligado encierro en una cabaña a orillas del lago Lemán, en Suiza, dio lugar al reto: crear una historia de terror.

Mary Shelleyque así se llamaba la joven— no solo imaginó la mejor historia, sino que fundó el género de la ciencia ficción, en una época en que las mujeres apenas tenían voz en el masculino mundo de la ciencia, la filosofía y la literatura.

Su relato, más que de terror, se convertiría en una doble advertencia para el hombre. La primera: que al jugar a ser Dios nos condenamos a perder lo que nos hace humanos. Y la segunda: que el verdadero terror no proviene de los monstruos, sino de los hombres que los crean.

La versión de Del Toro es distinta. Es una parábola visual que nos conduce a otra mirada: la de los seres rechazados, criaturas que buscan amor en un mundo que solo les ofrece miedo.

Y mientras tanto, el nuevo Frankenstein no roba fuego, sino información. La inteligencia artificial escribe, pinta y piensa por nosotros.

Una moderna y magnífica criatura —brillante e incontrolableque refleja nuestras virtudes y nuestros miedos, para finalmente reformularnos la misma pregunta que se hicieron Shelley y Del Toro:

¿Sabemos, a ciencia cierta, qué significa ser humanos?

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